Fue algo fantástico, algo que nunca olvidaré. Sé con seguridad que si no hubiera pasado por
Can Serra, esta aventura no se hubiera realizado. Quiero contar tantas cosas que no sé ni como empezar. También quiero que no todo sea triste, si fuera así estaría mintiendo. Tengo muchos momentos malos (y como diría un amigo mío, momentos chunguísimos jajaja), pero también los tengo de felicidad intensa, tanta que a veces no cabe dentro de mi. Durante el viaje, en broma le dije a mi hijo: "si notas que el Alzheimer algún día se apodera de mí, háblame de los Monegros y del Cierzo. Será imposible que olvide algo así".
Solo necesito cerrar los ojos para que en mi cabeza aparezcan todas las imágenes y momentos vividos junto a él esos 5 días. Nuestro primer día recorrimos Linyola-Fraga, unos 70 kilómetros. Pensaba que me moría, que no llegaría jamás, pero tú, Alfred, no parabas de animarme. Estaba cansadísima, no podía con mi alma, pero solo con mirarte me salían las fuerzas de no sé donde, y si conseguía hacer la última gran subida, era por ver tu cara toda orgullosa de mi. Si veías que yo no podía más, dejabas la bici arriba y bajabas corriendo para ayudarme. Es de admirar la paciencia que tuviste conmigo, no me abandonaste ni un momento. Y yo, contra más te miraba, más orgullosa me sentía de tenerte como hijo. Eres un ser excepcional y por eso es tan fácil quererte tanto.
El segundo día planeamos hacer Fraga-Bujaraloz (unos 50 y tantos kilómetros). Yo pensaba que no podría después de lo sufrido el día anterior, pero a las 8:30h ya me tenías en pie con mi vasito de agua preparado para tomarme el Colme. Desayunamos y a pedalear.
Madre mía, nunca pensé cómo sería subir la cuesta de Fraga por el camino. Fue horrible... ¡Lo pasé fatal! Por allí no pasan ni las cabras, está todo lleno de piedras y barro acompañados por una enorme subida que nunca tiene fin. Fue desmesurada la paciencia que tuviste conmigo Alfred, pero al igual que el primer día, en ningún momento dejaste de animarme. Veía tu ilusión por continuar, tu alegría, tu disfrute, tus ganas de compartir esos días conmigo, y eso me daba todo la fuerza para seguir adelante. Llegamos a Bujaraloz exhaustos, ya era de noche, y fuimos directos al hostal. Allí, como suele decirse, cenamos como generales. Después de la cena hacíamos un poco de broma, nos reíamos y nos contábamos cosas de nuestras vidas. Yo, cuanto más te miraba, ¡más se me caía la baba!
El tercer día fue el peor de todos, no por los kilómetros que hicimos, si no por el viento que no nos dio tregua en todo el día. Incluso en las bajadas teníamos que pedalear duro, si no, el viento te echaba para atrás. Fue el único día que los dos tuvimos cara de desesperación, de estar abatidos y desear llegar a nuestra próximo parada, Fuentes de Ebro.
Y por fin, el cuarto día llegamos a Zaragoza. Ni nos acordábamos que era jueves Santo, y nos encontramos con una Zaragoza llena de gente por todas las calles. Nosotros queríamos sellar en el Pilar, nos hacia ilusión hacerlo allí. En un principio parecía imposible ya que estaban haciendo misa y preparando las procesiones. Pero el uno por el otro nos armamos de paciencia, preguntando aquí y allá, y al final lo conseguimos. Parecíamos dos críos con nuestro sello, jejeje.
Mi querido niño, fueron 5 días los dos solos, fantásticos y para no olvidar nunca. Me llené de ti y me contagié de tus ganas y juventud. A mis 49 años, para mi fue algo único poder disfrutar de ti en esta aventura que empezamos los dos juntos, y que ojalá podamos continuar nuestro plan y en agosto hacer Zaragoza-Logroño. ¡Toda otra aventura con un gran hijo!
Muchas gracias por darme estos momentos de risas y alegrías. Cuando algo se quiere, aunque sea sufriendo, se consigue. Voy a tratar de buscar alguna imagen, dicen que a veces valen más que mil palabras.
Gracias mi niño, por enseñarme a disfrutar de forma completamente sana.
¡Te quiero!