Tengo ante mi un recordatorio de un entierro, es de mi primo Javier. Ha muerto por cáncer de hígado, como hizo su padre años atrás. No hace falta decir mucho más, su padre tenía 59 años y Javier 49, exactamente los mismos que tengo yo ahora.
Creo que la tristeza y el mal estar que tengo son por que, seguramente, el camino que seguía hace un año atrás me hubiera llevado a que mi familia tuviera un recordatorio como éste, pero con mi nombre. Mi piel se estremece, las lágrimas resbalan por mis mejillas... No sé como canalizar todo lo que estoy sintiendo. A veces pienso que mi vida se basa en sufrir, y que no para de fustigarme y maltratarme.
No puedo dejar de mirar el recordatorio. Creo que lo mantendré sobre el escritorio para que cada día me recuerde que una recaída podría hacer que mi nombre estuviera en una tarjeta como esa.
Pero al final, gracias a Dios, hay momentos buenos, mágicos e inigualables. Como cuando estoy tranquila en casa, escuchando una buena canción y con mi vasito de tila bien calentito. Ese momento es único para mí. En "Can Serra" aprendí a disfrutar de los pequeños momentos, los qué a veces son tan únicos que se transforman en grandes momentos.
También echo de menos "Can Serra". A menudo pienso que ojalá siguiera allí dentro, dónde me sentía protegida del mundo. Ahora, aquí fuera, el día a día es difícil, y muchas veces no sé como afrontarlo. Algunos días no quisiera levantarme de la cama para no volver a salir de casa nunca más. Menos mal que en esos momentos aparecen las herramientas y técnicas que aprendí en la comunidad: respiro, cierro los ojos y sigo respirando, lleno mis pulmones de vida, y de pronto vuelvo a ponerme en marcha.
Llevo media hora mirando por la ventana, puedo ver las nubes pasando rápidamente, y me he quedado en blanco. Siento que sólo estoy yo, conmigo misma, sola. Me siento relajada, pero en mi mente sigue Javier, el recuerdo que tenía de él. Era guapísimo, con su pelo rubio y sus ojos verdes. En su ataúd su pelo ya no existía, sus ojos estaban cerrados y sus manos frías. Pude tocarlo y aún siento ese frío en mis dedos. Pero así es la vida, ahora estás y, de repente, en un minuto dejas de estarlo. Por eso hay que aprovechar cada instante, disfrutar de cada momento que esta vida nos regala, y no sólo quedarnos con las cosas malas.
Pero como hoy es un día triste para mi, y como soy humana, me entran ganas de consumir, de volver a sentir a mi gran amigo por mi garganta. Lo deseo con todas mis fuerzas. No hay día que no piense en él, me acompaña en todo momento, me habla y me llama, pero siento mi mente fuerte. Intento pensar en otras cosas y estar ocupada. Eso es algo muy importante para no pensar en él, aunque me de pereza a veces. Mis pensamientos se mezclan: tan pronto pienso en algo, como en nada; me quedo mirando algo sin mirar otra cosa; me quedo embobada y así puedo estar horas, hasta que de repente vuelvo a la vida.
Mañana tengo que ir a terapia con gente que no conozco de nada. Eso me hace sentir un poco rara, no sé muy bien que decir. Sólo me sale decir que siempre me siento vacía, que tengo un vacío dentro de mí muy grande. Es el vacío que me ha dejado mi gran amigo el alcohol, mi amigo de 38 años. Cuesta horrores llenar tal vacío, voy lenta, muy lenta.
Me estoy poniendo muy nerviosa, voy a ir a dar un paseo con mi perrita Linda y a tomarme un respiro, a sentir el viento en la cara, las voces de los niños jugando... Ellos son la vida y me contagian.
Me estoy poniendo muy nerviosa, voy a ir a dar un paseo con mi perrita Linda y a tomarme un respiro, a sentir el viento en la cara, las voces de los niños jugando... Ellos son la vida y me contagian.
No hay comentarios:
Publicar un comentario