No sé cuando seguiré con mi historia. pero ahora quiero expresar cómo me siento.
Y me siento mal, me siento huérfana, me siento dejada, me siento sola... Pero sobre todo me siento vacía. La ayuda que me dan aquí en el CAS no es suficiente, sino todo lo contrario, me está agobiando. No tengo ganas de nada, ni hay nada que me llene completamente. Todas las cosas las hago por que estoy en la búsqueda de encontrar... Encontrar algo que me devuelva la vida, las ganas perdidas y nunca recuperadas. Quiero saber que es sentir estar vivo, igual que la gente que disfruta de las pequeñas cosas.
Estoy pensando que hace poco yo también disfrutaba de las pequeñas cosas, estaba alegre y feliz. Pero últimamente no sé que me pasa, me siento hundida. Llamar a Can Serra ya no me vale, nunca contesta nadie en quien confíe. Rosa se fue y Noelia cada vez me da mas tarde las terapias. Quizás sea que ya tengo que deshacerme de todo lo que me une ahí y poner empeño en lo que tengo ahora, pero me cuesta un mundo y no hay ni un solo día que pueda decir: hoy no he pensado en consumir. Eso sería mentira, lo pienso durante todo el día. Pero lo que sí puedo decir es que soy fuerte ya que, a pesar de todo, no he consumido y sigo limpia.
Es importante para mí estar limpia, seguir luchando y no abandonarme. No quiero salir en esa esquela de mi primo en el peor de los casos, ni perder a mi pareja, familia, y acabar sola. Entonces la preguneta es: ¿todo esto lo hago por mí o por los demás? Debe ser por mí, sólo y exclusivamente por mí. Debo seguir adelante para sobrevivir y seguir buscando algo que, de verdad, me llene.
domingo, 20 de marzo de 2016
Pensamientos del día 11 de Febrero de 2016
Hoy es un día lluvioso y triste... No puedo seguir con lo que escribía en la primera entrada, aunque al final, seguramente, todo me lleve al mismo lugar.
Tengo ante mi un recordatorio de un entierro, es de mi primo Javier. Ha muerto por cáncer de hígado, como hizo su padre años atrás. No hace falta decir mucho más, su padre tenía 59 años y Javier 49, exactamente los mismos que tengo yo ahora.
Creo que la tristeza y el mal estar que tengo son por que, seguramente, el camino que seguía hace un año atrás me hubiera llevado a que mi familia tuviera un recordatorio como éste, pero con mi nombre. Mi piel se estremece, las lágrimas resbalan por mis mejillas... No sé como canalizar todo lo que estoy sintiendo. A veces pienso que mi vida se basa en sufrir, y que no para de fustigarme y maltratarme.
No puedo dejar de mirar el recordatorio. Creo que lo mantendré sobre el escritorio para que cada día me recuerde que una recaída podría hacer que mi nombre estuviera en una tarjeta como esa.
Pero al final, gracias a Dios, hay momentos buenos, mágicos e inigualables. Como cuando estoy tranquila en casa, escuchando una buena canción y con mi vasito de tila bien calentito. Ese momento es único para mí. En "Can Serra" aprendí a disfrutar de los pequeños momentos, los qué a veces son tan únicos que se transforman en grandes momentos.
También echo de menos "Can Serra". A menudo pienso que ojalá siguiera allí dentro, dónde me sentía protegida del mundo. Ahora, aquí fuera, el día a día es difícil, y muchas veces no sé como afrontarlo. Algunos días no quisiera levantarme de la cama para no volver a salir de casa nunca más. Menos mal que en esos momentos aparecen las herramientas y técnicas que aprendí en la comunidad: respiro, cierro los ojos y sigo respirando, lleno mis pulmones de vida, y de pronto vuelvo a ponerme en marcha.
Llevo media hora mirando por la ventana, puedo ver las nubes pasando rápidamente, y me he quedado en blanco. Siento que sólo estoy yo, conmigo misma, sola. Me siento relajada, pero en mi mente sigue Javier, el recuerdo que tenía de él. Era guapísimo, con su pelo rubio y sus ojos verdes. En su ataúd su pelo ya no existía, sus ojos estaban cerrados y sus manos frías. Pude tocarlo y aún siento ese frío en mis dedos. Pero así es la vida, ahora estás y, de repente, en un minuto dejas de estarlo. Por eso hay que aprovechar cada instante, disfrutar de cada momento que esta vida nos regala, y no sólo quedarnos con las cosas malas.
Pero como hoy es un día triste para mi, y como soy humana, me entran ganas de consumir, de volver a sentir a mi gran amigo por mi garganta. Lo deseo con todas mis fuerzas. No hay día que no piense en él, me acompaña en todo momento, me habla y me llama, pero siento mi mente fuerte. Intento pensar en otras cosas y estar ocupada. Eso es algo muy importante para no pensar en él, aunque me de pereza a veces. Mis pensamientos se mezclan: tan pronto pienso en algo, como en nada; me quedo mirando algo sin mirar otra cosa; me quedo embobada y así puedo estar horas, hasta que de repente vuelvo a la vida.
Tengo ante mi un recordatorio de un entierro, es de mi primo Javier. Ha muerto por cáncer de hígado, como hizo su padre años atrás. No hace falta decir mucho más, su padre tenía 59 años y Javier 49, exactamente los mismos que tengo yo ahora.
Creo que la tristeza y el mal estar que tengo son por que, seguramente, el camino que seguía hace un año atrás me hubiera llevado a que mi familia tuviera un recordatorio como éste, pero con mi nombre. Mi piel se estremece, las lágrimas resbalan por mis mejillas... No sé como canalizar todo lo que estoy sintiendo. A veces pienso que mi vida se basa en sufrir, y que no para de fustigarme y maltratarme.
No puedo dejar de mirar el recordatorio. Creo que lo mantendré sobre el escritorio para que cada día me recuerde que una recaída podría hacer que mi nombre estuviera en una tarjeta como esa.
Pero al final, gracias a Dios, hay momentos buenos, mágicos e inigualables. Como cuando estoy tranquila en casa, escuchando una buena canción y con mi vasito de tila bien calentito. Ese momento es único para mí. En "Can Serra" aprendí a disfrutar de los pequeños momentos, los qué a veces son tan únicos que se transforman en grandes momentos.
También echo de menos "Can Serra". A menudo pienso que ojalá siguiera allí dentro, dónde me sentía protegida del mundo. Ahora, aquí fuera, el día a día es difícil, y muchas veces no sé como afrontarlo. Algunos días no quisiera levantarme de la cama para no volver a salir de casa nunca más. Menos mal que en esos momentos aparecen las herramientas y técnicas que aprendí en la comunidad: respiro, cierro los ojos y sigo respirando, lleno mis pulmones de vida, y de pronto vuelvo a ponerme en marcha.
Llevo media hora mirando por la ventana, puedo ver las nubes pasando rápidamente, y me he quedado en blanco. Siento que sólo estoy yo, conmigo misma, sola. Me siento relajada, pero en mi mente sigue Javier, el recuerdo que tenía de él. Era guapísimo, con su pelo rubio y sus ojos verdes. En su ataúd su pelo ya no existía, sus ojos estaban cerrados y sus manos frías. Pude tocarlo y aún siento ese frío en mis dedos. Pero así es la vida, ahora estás y, de repente, en un minuto dejas de estarlo. Por eso hay que aprovechar cada instante, disfrutar de cada momento que esta vida nos regala, y no sólo quedarnos con las cosas malas.
Pero como hoy es un día triste para mi, y como soy humana, me entran ganas de consumir, de volver a sentir a mi gran amigo por mi garganta. Lo deseo con todas mis fuerzas. No hay día que no piense en él, me acompaña en todo momento, me habla y me llama, pero siento mi mente fuerte. Intento pensar en otras cosas y estar ocupada. Eso es algo muy importante para no pensar en él, aunque me de pereza a veces. Mis pensamientos se mezclan: tan pronto pienso en algo, como en nada; me quedo mirando algo sin mirar otra cosa; me quedo embobada y así puedo estar horas, hasta que de repente vuelvo a la vida.
Mañana tengo que ir a terapia con gente que no conozco de nada. Eso me hace sentir un poco rara, no sé muy bien que decir. Sólo me sale decir que siempre me siento vacía, que tengo un vacío dentro de mí muy grande. Es el vacío que me ha dejado mi gran amigo el alcohol, mi amigo de 38 años. Cuesta horrores llenar tal vacío, voy lenta, muy lenta.
Me estoy poniendo muy nerviosa, voy a ir a dar un paseo con mi perrita Linda y a tomarme un respiro, a sentir el viento en la cara, las voces de los niños jugando... Ellos son la vida y me contagian.
Me estoy poniendo muy nerviosa, voy a ir a dar un paseo con mi perrita Linda y a tomarme un respiro, a sentir el viento en la cara, las voces de los niños jugando... Ellos son la vida y me contagian.
sábado, 19 de marzo de 2016
Qué es una adicción?
Una adicción soy yo; una vida perdida, una vida desesperada, una vida desecha, una vida rota. Una adicción no te deja ser tu mismo, pero es lo que la gente ve de ti. Es tu total destrucción. Es abandonarte y ser capaz de cualquier cosa por una dosis, una cerveza, una moneda para una máquina... Es todo aquello que te impide vivir y razonar con claridad. Una adicción te hace ser capaz de mentir para proporcionarte lo que necesitas, lo que superpones por delante de todo: padres, hijos y demás familia, amigos... Y un día despiertas, te encuentras sola durmiendo en la calle, en un cajero, bajo un puente, o sencillamente tirada en el pasillo de tu casa junto a tu perrita, acompañándote con ojos tristes. Existen mil preguntas sobre porqué uno cae en una adicción, pero es difícil encontrar una respuesta a ellas. Y visto desde fuera parece un vicio, algunos le llaman así, al que has cedido y del qué no quieres salir. Esta gente, a la que yo llamo ciega, no se da cuenta que un adicción, en realidad, es una enfermedad difícil de curar.
No sé muy bien como empezar a contar mi historia, pero para ello he creado este blog. Así que supongo que lo más fácil es ir contando todo lo que sale de mi cabeza, y hacer una especie de rompecabezas con el presente y el pasado. Quizás mi hijo lo vea bien así y me ayude a ordenar mis recuerdos, a veces tan claros y a veces tan oscuros... cuesta recordarlos.
Me llamo Rosa Bo. Ese es el nombre con el qué me han llamado durante 8 meses y medio. Tengo 49 años, y acabo de salir de una comunidad terapéutica llamada “Can Serra”. Mi adicción es el alcohol. Y digo es porque sigue estando ahí, solo que ahora soy mucho más fuerte que él. Aunque siguen habiendo situaciones difíciles, ya que cuando menos lo espero, de repente, me llama la necesidad. Y es ahí donde empieza mi lucha y pongo en práctica todas las estrategias aprendidas en la comunidad. Aún así es una cuesta difícil, que genera recaídas. En mi caso, el alcohol es algo que me ha acompañado durante 38 años, y después de tanto tiempo, ahora me siento vacía si él. Siento que mi amigo de toda la vida me ha dejado, ha muerto, y este vacío es duro de combatir. Me falta algo que ha sido un compañero fiel durante toda la vida. Él me hacía sentir valiente, tapaba mi timidez, me hacía ser capaz de todo... Cuando estaba mal, él siempre estaba ahí, esperándome dentro de una botella, y conseguía que dejara de pensar en todo, incluso en lo que más amaba... mi hijo! Yo no tenía control sobre mi vida, me dejaba llevar por él, el cual me hacía dar vueltas a su antojo, pasando por encima de todo, de mi familia, robando, mintiendo... dejando de ser persona.
No sé muy bien como empezar a contar mi historia, pero para ello he creado este blog. Así que supongo que lo más fácil es ir contando todo lo que sale de mi cabeza, y hacer una especie de rompecabezas con el presente y el pasado. Quizás mi hijo lo vea bien así y me ayude a ordenar mis recuerdos, a veces tan claros y a veces tan oscuros... cuesta recordarlos.
Me llamo Rosa Bo. Ese es el nombre con el qué me han llamado durante 8 meses y medio. Tengo 49 años, y acabo de salir de una comunidad terapéutica llamada “Can Serra”. Mi adicción es el alcohol. Y digo es porque sigue estando ahí, solo que ahora soy mucho más fuerte que él. Aunque siguen habiendo situaciones difíciles, ya que cuando menos lo espero, de repente, me llama la necesidad. Y es ahí donde empieza mi lucha y pongo en práctica todas las estrategias aprendidas en la comunidad. Aún así es una cuesta difícil, que genera recaídas. En mi caso, el alcohol es algo que me ha acompañado durante 38 años, y después de tanto tiempo, ahora me siento vacía si él. Siento que mi amigo de toda la vida me ha dejado, ha muerto, y este vacío es duro de combatir. Me falta algo que ha sido un compañero fiel durante toda la vida. Él me hacía sentir valiente, tapaba mi timidez, me hacía ser capaz de todo... Cuando estaba mal, él siempre estaba ahí, esperándome dentro de una botella, y conseguía que dejara de pensar en todo, incluso en lo que más amaba... mi hijo! Yo no tenía control sobre mi vida, me dejaba llevar por él, el cual me hacía dar vueltas a su antojo, pasando por encima de todo, de mi familia, robando, mintiendo... dejando de ser persona.
Ahora que acabo de salir de la comunidad, me siento rara. Llevo 9 meses sin consumir, he pasado mis primeras navidades sin alcohol. No negaré que he estado nerviosa, pero lo he sabido llevar bien, gracias a mi autoestima y, eso sí, con la ayuda de mi familia. He aprendido que ahora lo primero soy yo y solamente yo, y que si yo estoy bien, mi hijo, mi mujer, y mi familia, también lo estarán.
A los 21 años me quedé embarazada, pensé que eso sí me curaría de verdad. Está claro que no fue así, que no me curé, pero tener a mi hijo fue lo más hermoso que había pasado en mi vida. Fue un regalo a tanto sufrimiento. Fue el momento más mágico de mi vida. Recuerdo como lloraba justo recién nacido, pero fue ponerlo sobre mí y callarse al instante. En ese momento se creó el inseparable vínculo madre-hijo imposible de olvidar. Por desgracia, eso tampoco fue suficiente para que yo me separara de mi amigo fiel, el alcohol, y mucho menos para que me curara.
En el centro he sido capaz de conocerme a mí misma. Ahora sé quien soy y como soy. Fueron unos meses muy duros. Aunque no todo fue malo, también hubo risas, momentos divertidos, y mucho, pero que mucho trabajo. Ahí uno tiene que trabajar las emociones, dejarse sentir tal y como uno es, sin fingir, sin mentir, descubriendo cosas que tenías escondidas en la cabeza y ni siquiera recordabas. Cosas duras que te hacían llorar, gritar y querer abandonarlo todo. Durante días solo quieres irte de allí y consumir algo que te haga sentir bien. Personalmente no abandoné, y debo dar las gracias a un equipo terapéutico magnifico y un grupo de unas 30-35 personas que nos encontrábamos allí de autoayuda.
Durante el tratamiento, cada uno de nosotros desnudamos nuestra alma ante los demás, lloramos juntos, reímos y nos emocionamos por cualquier cosa; por una puesta de sol, por un abrazo con un compañero... Por ello, allí dentro hice unas amistades de las de verdad. Realmente, ellos me conocen más que nadie, saben cosas de mí que nadie sabrá jamas. Al igual que yo de ellos. Allí compartimos sentimientos de culpa, los cuáles llevamos arrastrando toda la vida, en algunos casos, literalmente. Oí historias tristes, historias que acababan en casi la muerte, de robos, de asesinatos, de abandonos... Historias en las que el protagonista lo perdía todo, y se encontraba sin nada una vez salía del centro. Yo he tenido la suerte de tener una familia que me quiere y unos amigos fantásticos que me ayudan cuando lo necesito. Ahora tengo ilusiones por cumplir, como hacer el camino de Santiago en bicicleta con mi hijo y llevarme a mi perrita llamada Linda (de la que aún no había hablado) en una cesta conmigo. Ella está viejita, ya que tiene 16 años, y quiero tenerla junto a mí hasta el final. Pero de ello os hablaré más adelante. Ahora prefiero adentraros en mi mente, en mis recuerdos, para que entendáis el porqué de todo esto.
Durante el tratamiento, cada uno de nosotros desnudamos nuestra alma ante los demás, lloramos juntos, reímos y nos emocionamos por cualquier cosa; por una puesta de sol, por un abrazo con un compañero... Por ello, allí dentro hice unas amistades de las de verdad. Realmente, ellos me conocen más que nadie, saben cosas de mí que nadie sabrá jamas. Al igual que yo de ellos. Allí compartimos sentimientos de culpa, los cuáles llevamos arrastrando toda la vida, en algunos casos, literalmente. Oí historias tristes, historias que acababan en casi la muerte, de robos, de asesinatos, de abandonos... Historias en las que el protagonista lo perdía todo, y se encontraba sin nada una vez salía del centro. Yo he tenido la suerte de tener una familia que me quiere y unos amigos fantásticos que me ayudan cuando lo necesito. Ahora tengo ilusiones por cumplir, como hacer el camino de Santiago en bicicleta con mi hijo y llevarme a mi perrita llamada Linda (de la que aún no había hablado) en una cesta conmigo. Ella está viejita, ya que tiene 16 años, y quiero tenerla junto a mí hasta el final. Pero de ello os hablaré más adelante. Ahora prefiero adentraros en mi mente, en mis recuerdos, para que entendáis el porqué de todo esto.
Toda historia tiene un principio, una pequeña introducción al caos, y... ¿cómo empieza la mía? Mi recuerdo más lejano se remonta a cuando tenía 9 años... Me encontraba junto a una amiga cuando de repente me dijo:
Rosa, ¿sabes qué? ¡Me gusta "fulanito"!Yo me quedé tonta... Lo que pasó por mi cabeza fue:
"Pues a mi me gustas tu..!"
Ahí empezó todo, ahí empezó mi calvario... Eso fue por el año 1975, época en la que era imposible decir algo así en voz alta. La primera amiga a la qué se lo conté me mandó directamente a la mierda! Luego tuve otras dos amigas que lo sabían, pero aún así no podía expresar mis sentimientos con nadie. Todo lo que sentía me lo tenía que comer... Para ese entonces, mis padres tenían un bar, y un día, en lugar de comérmelo, empecé a bebérmelo, literalmente. Tenía 9 años y bebía y bebía, sin control. Pocas cosas de mi infancia soy capaz de recordar que no estén relacionadas con la bebida. Para mí era muy fácil coger una cerveza o incluso un whisky del bar de mis padres sin que se dieran cuenta, y beber a escondidas.
A los 11 o 12 años decidí decírselo a mi madre, ya no podía más con esa carga. ¿Sabéis qué me dijo?
Pobre hija mía, ¡estás enferma! No se lo diremos a nadie, ni siquiera a tu padre, y te llevaré a un médico para que te cure.
Fue realmente horrible, lo peor que me ha pasado en la vida. Me llevó al psiquiatra, el cual recuerdo cómo le dijo que efectivamente estaba enferma, y mucho, pero que me curarían. Me duele el alma y el corazón recordar todo eso. A partir de aquel momento mi vida se fundó en el miedo. Cada 15 días me daban electro-shocks, recuerdo toda mi cabeza conectada con cables. Salía verdaderamente mal de allí... Pero eso no era todo. Mi madre también me llevaba a la iglesia para que el cura me ayudara. Para ese entonces tenía 13 años, ¡y aún me meaba en la cama! Mi único compañero fiel, el cual no me fallaba nunca, era el alcohol. Con él era capaz de perderme y olvidar. Escondía botellas en mi habitación. Cuando mi madre me mandaba pronto a dormir y ella se quedaba trabajando hasta tarde en el bar, yo me encerraba en mi habitación, mi mundo, y me olvidaba de todo mientras bebía. Por fuera parecía que lo tenía todo, pero por dentro estaba vacía, sola junto a mi amigo incondicional qué nunca me fallaba. Estuve con electro-shocks un año entero, ya no aguantaba más, y sentía cada vez más miedo, dolor, ganas de quitarme la vida...
Creí que la solución a todo mi sufrimiento sería tener novio, que me vieran con un chico. Así pues, con 13 años, me busqué a un novio 7 años mayor que yo. Pero eso a mi madre no le importó. Tampoco al cura ni al psiquiatra. Para ellos era un triunfo, ¡me habían curado! Yo me encontraba perdida, pensando que de verdad estaba enferma... Realmente creí que era una enfermedad. Durante unos años hice cosas de la que os hablaré más adelante, como escaparme de casa durante mucho tiempo, sin dar señales de vida a nadie.
Cumplidos los 17 años, decidí casarme. Mis padres aceptaron, y yo me casé sin más, pensando que así me curaría de una vez por todas. Pero mi ignorancia iba cada vez a peor, y junta ella, mi adicción iba a más. El que era mi marido, al ser mayor que yo, me proporcionaba acceso a todo el alcohol que quería. Pero nada me llenaba, y cada vez me hundía más y más en mis sueños imposibles. Él era buena persona, y llegué a quererlo mucho, como alguien muy especial en mi vida. Pero no como marido, como hombre. Las noches eran un infierno para mi, daba todas las excusas que podía hasta no poder evitarlo más, con lo que me convertí en una verdadera actriz fingiendo, para que él se excitara y así quedarme tranquila lo antes posible. Él no tenía culpa de nada, no sabía nada de mi homosexualidad. Solo espero que a estas alturas me haya perdonado...
A los 21 años me quedé embarazada, pensé que eso sí me curaría de verdad. Está claro que no fue así, que no me curé, pero tener a mi hijo fue lo más hermoso que había pasado en mi vida. Fue un regalo a tanto sufrimiento. Fue el momento más mágico de mi vida. Recuerdo como lloraba justo recién nacido, pero fue ponerlo sobre mí y callarse al instante. En ese momento se creó el inseparable vínculo madre-hijo imposible de olvidar. Por desgracia, eso tampoco fue suficiente para que yo me separara de mi amigo fiel, el alcohol, y mucho menos para que me curara.
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